W. G. Sebald, Austerlitz, Anagrama, 2002
En el cruce de caminos de los libros y la fotografía de vez en cuando el tráfico aparece por la dirección menos transitada de la literatura. W. G. Sebald es un escritor que incluye, podríamos decir que incrusta, fotografías en sus escritos. Digo que incrusta las fotos porque no son ilustraciones para acompañar al texto, son una parte esencial, indisoluble, de la obra.
En esta novela el narrador nos cuenta cómo se va encontrando a lo largo de los años, al principio por azar, después intencionadamente, con un tal Jacques Austerlitz y cómo en estos encuentros, al igual que en las mil y una noches, Austerlitz a su vez le cuenta su vida. La historia de Austerlitz es la historia de la búsqueda de su origen, perdido, olvidado en medio de la terrible tragedia que asoló Europa a mediados del siglo pasado.
Esta estructura de historia dentro de otra historia no es una mera floritura, un juego retórico para hacer explícita la ficción. Es obvio que a Sebald le interesa esa investigación de Austerlitz en las raices de la identidad y la cultura europeas, pero no le interesa en términos abstractos sino que muestra cómo se encarna en el personaje de Austerlitz y cómo afecta esto al narrador, porque ya no podemos contar el mundo sin tener en cuenta el punto de vista.
¿Y las fotos? El texto va mencionando fotografías tomadas por Austerlitz o por el narrador y éstas van apareciendo en mitad del texto sin mayor explicación. Tienen un papel importante en este juego de espejos que es el libro: apoyándose en la presunción de veracidad de la fotografía la historia dentro de la historia conecta con la realidad. Fue verdad. Estas fotografías son la prueba. Desbaratan la posición cómoda del lector, que ya no puede tranquilizarse creyendo estar en el territorio de la ficción. Y al revés. Situada en un texto de ficción la fotografía pierde pie y nos muestra cómo su relación privilegiada con la realidad no está en la imagen misma sino en su contexto.
En una escena que nos resulta familiar a muchos de nosotros Austerlitz pone las fotos sobre una mesa y juega con ellas, juntándolas, separándolas, moviéndolas, buscando que de alguna manera encuentren un orden y le revelen el sentido de su vida, intenta en vano escuchar las historias que esconden las imágenes mudas. Hacia el final de la novela Austerlitz busca entre las imágenes de un falso documental rodado por los nazis en el campo de concentración de Terezin el rostro de su madre. Pasa las escenas a cámara lenta intentando conciliar las imágenes fotográficas congeladas en el tiempo con los pocos recuerdos de su infancia a los que se aferra.
Al final, a través de este pequeño personaje obsesionado con las guerras napoleónicas y la arquitectura de las estaciones de tren Sebald nos muestra el enorme agujero, literal y desolador, sobre el que se edifica nuestra cultura contemporánea.
W.G. Sebald
Austerlitz
editado en español por Anagrama en 2002; cuarta edición, 2009;
editado originalmente en alemán por Carl Hanser Verlag en Munich, Alemania, en 2001;
diseño de la colección de Julio Vivas y Estudio A;
traducción de Miguel Saenz;
encuadernado en rústica;
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