La UNESCO decidió hace ya algunas décadas compilar estadísticas de la edición de libros y publicaciones periódicas en los diferentes países. Para poder comparar con sentido la producción en de unos lugares con otros propuso la siguiente definición (6.a) en la Recomendacion sobre la Normalizacion internacional de las Estadisticas relativas a la Edicion de Libros y Publicaciones Periodicas del 19 de noviembre de 1964. Dice así:
Se entiende por libro una publicación impresa no periódica que consta como mínimo de 49 páginas, sin contar las de cubierta, editada en el país y puesta a disposición del público.
El único sentido de esta definición es que cada país recoja cifras comparables, pero no alcanzo a comprender qué metamorfosis ontológica transforma una pila de veinticuatro hojas de papel cosidas por un lado cuando se le cose una hoja más. Y no digamos ya si tenemos que dejar de considerar como libros aquellos objetos producidos fuera de nuestro país, o que son meramente objetos privados, no puestos a disposición del público. Desgraciadamente esta definición ha cobrado vida y se ha tomado en muchos lugares como canónica.
Pero ruego me disculpen, me estoy adelantando a los acontecimientos. Volvamos la vista atrás hacia la arquitectura de la Unión Soviética en los años 80. La política del Realismo Socialista hacía que las edificaciones fueran meramente funcionales, con materiales pobres y malamente construidas. Alexander Brodsky e Ilya Utkin, dos jóvenes arquitectos descontentos con el estado de las cosas, participaron en un grupo informal conocido como los arquitectos de papel. Dibujaban proyectos urbanísticos fantásticos e imposibles y los grababan en densas y abigarradas planchas de cobre que imprimían poco a poco según iban disponiendo de papel. Son versiones lisérgicas de los grabados de Piranesi o una continuación visual de Las ciudades invisibles de Italo Calvino, con títulos como Persona sosteniendo edificios o Villa Claustrofobia o Museo de los edificios que desaparecen.
En el año 1990 el galerista Ronald Feldman de Nueva York les invitó a hacer una tirada de artista en condiciones, lo que hicieron entusiasmados. Después de imprimir la edición limitada Feldman les dijo que debían destruir las planchas. Como las planchas eran muy grandes, Brodsky decidió grabar sobre ellas una gran línea diagonal de esquina a esquina y la leyenda «Cancelled 6/21/90».
Recientemente, una editorial semi-clandestina, L’Esprit de l’escalier, ha retomado las planchas y ha producido un libro de un tamaño descomunal, aproximadamente un metro de alto por setenta centímetros de ancho, para poder reproducir los grabados a tamaño natural. Han utilizado una imprenta de litografía offset realizando cuatro pasadas con tinta negra para darle el aspecto y la densidad de los grabados originales. El libro es tan grande que no admite una encuadernación convencional y se encuentra simplemente cosido con grapas al estilo japonés y encolado por el lomo.
Dado que el libro resulta difícilmente manejable, han producido una segunda edición mucho más accesible en formato de bolsillo, 17,5 × 10,5 cm, con traducciones de los textos de los grabados, originalmente en inglés la mayoría, a diversos idiomas.
Por si eso no fuera suficientemente accesible, hay una tercera edición de este trabajo, que es la que nos ocupa hoy. Consta de una sola hoja, dos páginas impresas con una conversación de Alexander Brodsky con otras personas, identificadas únicamente por sus iniciales, sobre los orígenes del proyecto. El texto no se encuentra en el libro original. Obviamente, el libro no está encuadernado. Aparece simplemente en una funda de plástico en la que está impreso el ISBN. Porque a fin de cuentas, ¿no es mejor forma de determinar si un objeto es un libro el buscar su ISBN que contar el número de sus páginas?