Porque, como es bien sabido, esa imperfección de la naturaleza (el no ser enteramente adecuada desde el punto de vista de los fines perseguidos por el hombre) puede ser suplida por el hombre, que es, después de todo, quien la considera imperfecta desde su perspectiva instrumental. Y ese perfeccionamiento de la potencia del cual la naturaleza no es capaz por sí misma es exactamente la técnica (que desde ese momento sella su vínculo con la potencia). Dado que se produce desde una óptica instrumental, la técnica tiene que aparecer como una actividad en sí misma instrumental o servil, que sirve justamente para actualizar esas potencias que pueden ser (actuales) y que también pueden no serlo (es decir, sirve para actualizar lo que la naturaleza deja en la indeterminada potencialidad de la materia). En muchas ocasiones Aristóteles considera esta actividad — la técnica — como infra-humana o pre-humana, lo que suele dar ocasión para señalar el carácter de instrumentos que tenían para los varones adultos libres de la Antigüedad griega los esclavos y asalariados. Pero, aunque esta observación sociológica sea sin duda pertinente, la posición de Aristóteles expresa otra cosa que un simple privilegio de clase. Considerar «pre-humana» la actividad técnica significa más bien considerar que la técnica es uno de los requisitos indispensables para la existencia humana y que, por tanto, en cierto modo, precede al hombre mismo en el sentido de que la existencia propiamente humana es una existencia que resulta de la técnica (es decir, del proceso de transformación de la naturaleza para adaptarse a ella) y no al revés. Sólo hay hombres (no bestias, no dioses) en la Ciudad, y la Ciudad es justamente la naturaleza transformada o «perfeccionada» por la técnica. No hay un «antes» de la técnica porque no hay un «antes» de la Ciudad (sino que ésta precede al individuo). La técnica es una actividad pre-humana porque quienes la ejercen (sean o no ciudadanos libres) se ocupan de crear las condiciones necesarias en que ellos mismos pueden vivir como hombres. Pero la técnica — y, por tanto, la «imperfección de la naturaleza» y, por tanto, la distinción de acto y potencia — no es en absoluto un obstáculo para el conocimiento de la naturaleza sino, al contrario, su condición de posibilidad. Por decirlo de este modo: no hay algo llamado «naturaleza», que luego el hombre transformaría en aras de su adaptación, sino que el único acceso que tenemos a la naturaleza depende de la capacidad técnica de la que, en cada momento, disponemos para transformarla. Al menos mientras dure este proceso de adaptación (es decir, al menos mientras dure el hombre), la pregunta acerca de qué es la naturaleza, si por ella entendemos una interrogación acerca de la naturaleza al margen de toda perspectiva técnica o instrumental, es una pregunta que no tiene respuesta, porque su respuesta se situaría más allá de las posibilidades de conocimiento objetivo.
— José Luis Pardo, Las desventuras de la potencia (otras consideraciones inactuales), recogido en Nunca fue tan hermosa la basura, Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores, 2010