Tomar el café, fumar e irse

Una puerta, una naranja, la espuma y el jabón, un cigarrillo o unas gambas a la plancha bastan a la poesía.  La literatura se compromete de manera progresiva con una realidad inmediata y desnuda mediante la elección de motivos comunes.  Somos los personajes de las historias tristes que pueblan los poemas de Prévert, vencidos de antemano y poniendo sin remedio ojos de iluminado, como esperando el pajarito de una fotografía que nunca llega, a merced de ese fogonazo que acabará rematándonos al fin en el fotomatón de nuestras vidas:

Ha puesto el café
En la taza
Ha puesto la leche en la taza de café
Ha puesto azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Ha dado vueltas
Se ha bebido el café con leche
Y ha dejado la taza
Sin hablarme
/…/
Y se ha marchado
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme.

En «Déjeuner du matin«, Paroles (1946), Prévert enumera con detalle gestos rutinarios: servir el café, la leche, poner el azúcar, dar vueltas, beber, encender y fumar un cigarrillo… Los últimos versos expresan el alcance y la intensidad que la rutina cobra inesperadamente, el significado que la vida insulsa encierra bajo la forma de un secreto inquietante.  Tomar un café, fumar un cigarrillo, ponerse el impermeable no tienen otro significado que el de tomar café, fumar e irse.  El llanto, sin embargo, despierta el misterio sobre lo sucedido.

La intriga poética de Prévert propone una historia indescifrable, el «detalle inconcluso» que Régis Durand atribuye en Le regard pensif (1990) a las imágenes fotográficas, un enigma que espera ser resuelto, precedido y prolongado en un tiempo imposible.  Como los cuentos de Gonzalo Calcedo, y en particular aquellos que componen La madurez de las nubes (1999), cada fotografía sugiere una encrucijada en donde nos topamos con historias que vienen de algún lugar para adentrarse y desaparecer en un horizonte furtivo.  Parece evidente que tomar café y fumar un cigarrillo no son motivo de desesperación.  ¿Qué habrá sucedido?  ¿Qué secreto encierran los silencios de esos personajes?  ¿Una despedida?  ¿Una mala noticia?  ¿O nada, indiscutiblemente nada?  Esos gestos están ahí, arbitrarios e impenetrables, corrientes y anónimos como tantas y tantas fotografías famosas, más inquietantes por anónimos e inservibles, porque expresan la tragedia de las cosas que ocurren a diario, implacables y tontas.

– Antonio Ansón, Novelas como álbumes: fotografía y literatura, Mestizo, Murcia, España, 2000