Los fotolibros han tenido un papel protagonista en la exposición Provoke: entre la protesta y la performance 1960-1975, que el año pasado circuló por Europa y este año ha viajado a Estados Unidos.
Provoke fue una revista breve, que publicó tres números entre noviembre de 1968 y agosto de 1969, que se ha ido reconsiderando como punto central de la fotografía japonesa de posguerra. Es una consideración a posteriori, pues la revista no tuvo en su momento una gran difusión. Provoke fue el punto de encuentro de tres fotógrafos, Takuma Nakahira, Daido Moriyama y Yutaka Takanashi cuyos libros posteriores, Por un lenguaje venidero (1970), Adiós, fotografía (1972), y Hacia la ciudad (1974) respectivamente, fueron obras cumbres de la fotografía japonesa en los años setenta. De hecho, se puede considerar toda la obra de Daido Moriyama como la continuación en solitario del proyecto iniciado en Provoke.
La exposición consta de tres partes. La primera, dispuesta alrededor de la proyección de un documental de Shinsuke Ogawa sobre la resistencia contra la construcción del aeropuerto de Narita, está dedicada a la fotografía de protesta. En 1960 el primer ministro japones Nobusuke Kishi quiso aprobar en el parlamento sin debate la renovación del Tratado de Cooperación Mutua y Seguridad entre los Estados Unidos y Japón, provocando una ola de protestas sin precedentes. Se inicia con estas protestas una tradición de documentar fotográficamente las movilizaciones que por diversos motivos, desde los conflictos laborales a la guerra de Vietnam, desde el control de las universidades a la presencia en territorio japonés de armas nucleares, se extendieron a lo largo de los años sesenta y setenta por Japón. Son fotografías tomadas fuera de las consideraciones artísticas tradicionales, por los propios activistas para elaborar su propio discurso, y por necesidad técnica muchas veces borrosas, desenfocadas, sucias, llenas de grano.
La tercera parte de la exposición está dedicada al arte de la performance que se extendió por aquellos años en Japón, mostrada a través de vídeos y documentos. Incluye documentación de acciones callejeras del Hi-Red Center y de Shuji Terayama. En esta parte se muestra también el desarrollo de la fotografía en los años posteriores, siendo especialmente interesantes los trabajos para revistas de Daido Moriyama, o los libros hechos con fotocopias por Nobuyoshi Araki, enviados a amigos, críticos y personas al azar sacados de la guía telefónica.
En el centro está la revista, propuesta por el crítico Koji Taki y el fotógrafo Takuma Nakahira, a los que se unieron el poeta y crítico de arte Takahiko Okada y el fotógrafo Yutaka Takanashi. Nakahira invitó a Moriyama a unirse al grupo a partir del segundo número. El encuentro entre Taki y Nakahira se produjo a instancias de Shomei Tomatsu que les encargó formar el comité editorial de la exposición Un siglo de fotografía: historia de la expresión fotográfica japonesa en los últimos cien años, que tuvo lugar entre 1968 y 1969, organizada por la Japan Professional Photographers Society, y fue su trabajo en dicha exposición lo que les llevó a proponer Provoke. Fue una exposición que tuvo una importancia crucial en el desarrollo de la fotografía en Japón y que ha pasado completamente desapercibida en occidente, incluyendo en esta exposición.
La linea argumental de esta exposición es que la revista Provoke toma por una parte la estética de la fotografía de protesta y la recontextualiza en una investigación sobre la naturaleza última de la fotografía, investigación que lleva a entender la fotografía como acto, como performance. Es un ajuste de cuentas, como mal disimuladamente se confiesa en el prólogo del catálogo: el arte de vanguardia japonés se ha puesto de moda en occidente pero se ha mostrado interesadamente como una cuestión estética, despolitizada. La exposición se propone dar importancia a la fotografía y contextualizarla en su entorno político.
La revista se muestra en su integridad, desplegada en paneles página a página, pero los libros de protesta, algunos de los cuales son muy difíciles de encontrar, se muestran en vitrinas, y sólo algunos ejemplares se expanden algo más, mostrando varias dobles páginas, o se muestran en su totalidad en vídeo. Aunque nos duela a los adictos, aquí los libros son sólo una parte de la exposición, que se completa con fotografías originales, pósteres, películas, vídeos y otros materiales. Y el catálogo, del que quizás hablemos otro día.
Si les pica la curiosidad y pasan por Madrid, acudan a la biblioteca del Museo Reina Sofía y soliciten ver The Japanese Box. No digo más.