No hubiera debido dejar que ella fuera a Horch, ese horrendo internista (¡el médico de ella!), dijo, porque allí conoció al suizo. No hubiera debido dejar que fuera, dijo hablando de su hermana de cuarenta y seis años, pensé. Aquella mujer de cuarenta y seis años tenía que pedirle permiso para salir, pensé, tenía que darle cuenta de cada una de sus visitas. Al principio él, Wetheimer, había creído que el suizo, al que había juzgado en seguida de hombre despiadadamente calculador, se había casado con ella por su riqueza, pero la verdad era que luego se había revelado que el suizo era mucho más rico todavía que los dos juntos, es decir, inmensamente rico, helvéticamente rico, lo que quiere decir muchas veces más rico que austríacamente rico, según él.
El malogrado, Thomas Bernhard