Ando – Intentaré explicarme con sencillez: todos saben que un cierto pintor, del cual callaré piadosamente el nombre, cuando vio por primera vez las primeras imágenes de Daguerre gritó, a la vez asustado y admirado, «¡La pintura ha muerto! ¡La pintura ha muerto!». Lo cierto era lo contrario, o casi: moría en aquel momento la Fotografía, que antes estaba viva, vivísima, en los sueños y los deseos del hombre. Esto no lo escribe nunca nadie: que las imágenes producidas por la luz, a través de una lente, y proyectadas en el fondo de una caja llamada cámara oscura, eran en la realidad de la cultura visual inmensamente más activas y sugerentes de cuanto no lo son hoy sus cadáveres, sus restos mortales fríos y mudos: las fotografías analógicas. Si crees que se trata de una paradoja, crees en lo que no es.
Patrizia – No, no lo creo: sigue, te escucho…
Ando – Daguerre, y después los otros, Herschel, Talbot, etcétera, no inventaron la fotografía: en su época ya llevaba siglos. Inventaron un procedimiento para hacerla estable, para «poder sacarla de la cámara oscura y llevarla donde se quiera». Esta frase entre comillas está tomada de los comunicados y los relatos oficiales de la época del «prodigio». No es mía. Ahora, para poder tomar la fotografía, sacarla de donde se forma y vive, del fondo de las cajas con ojo de vidrio, hacía falta embalsamarla con sales de plata y otros «unguentos» muy fétidos llamados revelador, fijador, gelatina, colodión… En suma, se trataba de matar la bella imagen efímera que salía y se ponía con el sol. Liquidarla y malvestirla para las «vitrinas» de las ilustraciones.
Patrizia – Todo cierto, pero la imagen digital no necesita ya «unguentos».
Ando – Así es: la imagen digital es en cierto sentido el renacimiento de la fotografía, aquella efímera, no la congelada o en gelatina.
Patrizia – Quizás empiezo a entender….
Ando – La imagen digital debería ser la recuperación completa de la vitalidad, de la cultura de las imágenes hechas con máquinas pero llevadas lejos sin embalsamar: dejándolas libres, efímeras, fluidas, compuestas de luces. Fototipos puros, signos producidos ópticamente sobre los cuales es posible, incluso necesario, intervenir manualmente y entonces ocurre la catarsis que había comprendido completamente Courbet: la transformación del signo natural en obra de Arte.
— Ando Gilardi, Mejor ladrón que fotógrafo
citado en ¡Dios no existe, la fotografía sí! Conversaciones sobre la historia infame de la fotografía pornográfica y sobre la historia bastarda de la fotografía social, de Ando Gilardi y Pino Bertelli