Las fotos de Kawada brillan con la fosforescencia malvada de los huesos de marineros muertos o los fragmentos de monstruos marinos dragados de las profundidades de un mar tropical.
— Arthur Goldsmith
El nombre de Kikuji Kawada ha sonado por occidente en los últimos meses gracias a la edición facsímil de su obra maestra El mapa (Chizu, 1965), y la nueva edición de otro de sus grandes libros, La última cosmología (The Last Cosmology, 1995). Da la impresión que Kawada fuera un dinosaurio viviendo de su gloria pasada. Para contrarrestar un poco esta situación quisiera hablarles hoy de los últimos trabajos que Kikuji Kawada ha ido publicando en la curiosa revista japonesa Viajero del viento (Kaze no tabibito).
La obra de Kawada forma un todo integrado, por lo que para entender sus últimos trabajos hay que remontarse a los primeros. El mapa fue un libro compacto, cerrado, duro como una piedra. Su segundo libro, Mundos sagrados: sacré atavism (Seinaru sekai: sacré atavism, 1971), es un proyecto más abierto y la raíz de la que surgen sus trabajos posteriores. En Sacré atavism Kikuji Kawada recorre el mundo en busca de imágenes y espacios en los que el hombre ha representado lo sagrado: el paraíso y el infierno. Desde los museos de cera a los castillos del rey Luis II de Baviera, desde parque de los monstruos en Bomarzo a las representaciones del más allá en las iglesias medievales.
El primer trabajo del que quería hablarles es Nikko — una parábola publicado en octubre de 2011. Es una especie de epílogo en color de Sacré Atavism. En el texto que acompaña la publicación Kawada nos cuenta la historia del Shogun Ieyasu Tokugawa, que a finales del siglo XV terminó con las guerras civiles y unificó Japón. A su muerte pidió ser enterrado en el santuario Tosho-gu en Nikko y ser venerado como un dios.
Kawada fotografía Nikko y alrededores, centrando especialmente su atención en los dragones y otras criaturas mitológicas que decoran el santuario, y en la cascada Kegon. Juega a contraponer el mundo natural y el espiritual. El cosmos, el asfalto, el paisaje, las sombras y la presencia humana habitan en el mismo espacio que los dragones y las aves del paraíso. La fotografía detiene el movimiento y produce un efecto paradójico: nos acostumbramos como espectadores a interpretar las fotografías, a animar los seres que en ellas han quedado congelados. Esta costumbre nos hace animar también las imágenes de figuras esculpidas o pintadas, que resultan así más vivas en fotografía que al natural. Todo está en movimiento en fotografía, en cada esquina habita un espíritu.
La muerte de Diana de Gales en accidente de coche desencadena la serie Car Maniac en la que Kawada fotografía desde el coche en marcha, usando las nervaduras y los cristales como elementos compositivos que le permiten confundir el dentro y el fuera de la imagen. Esta línea de trabajo continua en otras series como Eureka — la ciudad completa (Eureka — the complete city, 2001) o Ciudad invisible (Invisible City, 2006), y culmina en el segundo trabajo del que quería hablarles: El fin del mundo (World’s End, 2008-2010), publicado en octubre de 2010. Kawada mezcla el blanco y negro con el color, superpone las imágenes. Los detalles particulares, los lugares, desaparecen en favor del ruido y la energía, y nos dice: “Desde ahí la gente y el paisaje se desvanecen, cortados por un obturador de alta velocidad los instantes se convierten en polvo, dura como un bloque de mármol una extraña respiración habita entre los píxeles”.
El último trabajo se titula 2011 — phenomena, publicado en diciembre de 2012. Está obviamente influido por el tsunami y la catástrofe de Fukushima y acentúa su tono apocalíptico. Parece una culminación de las derivas anteriores, llevando la imagen digital hacia su extremo: superposiciones, pixelaciones, colores reventados. Toda excusa de lugar ha desaparecido. Fotografía la pantalla de televisión y superpone los rostros de Bashar al-Assad y Hillary Clinton. No hay diferencia entre el dentro y el fuera de la pantalla. Ya no existe el espacio, sólo el caos. Hemos entrado dentro de la imagen y ya no podemos salir. En el texto que acompañaba la exposición Kawada escribe:
El enigma de una sombra cambiando de forma. Las imágenes positivas y negativas son una cuerda salvavidas que desciende a un océano profundo de un raro misterio. Las palabras caen juntas como la nieve en el mar. Las imágenes aparecen como crustáceos de cristal. Intentando buscar estrellas brillantes en los fenómenos. Antes de que caigan las estrellas, intentando cazarlas todas juntas con una sombra.