Hiroshi Hamaya, El país de la nieve (Yukiguni,雪国), Mainichi Shibunsha, Japón, 1956
Hiroshi Hamaya nació en Tokio. Empezó a fotografiar a los quince años con una Kodak Brownie, regalo de un amigo de la familia. A los dieciocho, tras pasar tres meses en una escuela de fotografía aérea, empezó a trabajar en la Compañía de Fotografía Oriental (Orientaru Shashin Kōgyō). En los ratos libres deambulaba por las calles de Ginza y Asakusa fotografiando con su Leica la vida en la calle, las luces nocturnas de la ciudad y las chicas de los espectáculos eróticos entre bastidores. Participó en las actividades de la Asociación de Fotografía de Vanguardia (Zen’ei Shashin Kyōkai).
Con el estallido de la segunda guerra Chino-Japonesa en 1937 la necesidad de fotografía propagandística y la presión sobre los fotógrafos fue aumentando. En el invierno de 1939, por encargo de la revista Graphic (Gurafiku), viajó a Takada, en la prefectura de Niigata, para fotografiar las maniobras de los esquiadores del ejército. Algo le llamó la atención del lugar. No quiso volver inmediatamente a Tokio y se quedó unos días más. Para un fotógrafo joven, urbanita y sofisticado enfrentarse al mundo rural en Ura Nihon (la región de Honshu que linda con el mar de Japón) le dejó descolocado. Años más tarde describiría el viaje de la siguiente manera:
En la segunda mitad del siglo XX Japón ha renacido como si estuviera poseída por la energía de un fénix. Este método de esfuerzo materialista merece nuestro asombro. La campeona es Tokio. La población más alta está en Tokio y se ha convertido en la ciudad número uno del siglo XX con toda su pompa, orgullo y anarquía.
Desde la ciudad de Tokio se puede viajar a Ura Nihon en tren nocturno. Tan pronto como amanece la maravilla del siglo XX cambia por la maravilla del XVIII. Se asombrará de que un pueblo que ya existía hace 200 años siga vivo. Si se aleja de las vías del tren un poquito, podrá ver la vida de la edad media. Y si camina más allá, es posible ver un estilo de vida que podríamos describir como primario. La diferencia de clima es una diferencia de eras.
En aquellos días perdidos en Niigata conoció a Shinji Ichikawa, un etnógrafo local. Ichikawa estaba de camino a Tokio, pero compartieron conversación unas horas. Al año siguiente ambos fueron a fotografiar el ritual de año nuevo a Tanihama, una pequeña aldea de veinticinco casas en el valle Kuwatori. Antes del año nuevo cortan con gran ceremonia árboles jóvenes sagrados para quemar en el festival. La víspera del año nuevo preparan mochi (pasteles de arroz) y los cuelgan de ramas de árboles jóvenes que ponen en casa como adorno. Los niños se reúnen en el santuario para el torigoe, una procesión por el pueblo y alrededores tocando tambores y cantando para espantar a los pájaros que pueden dañar la cosecha. Al amanecer el año nuevo la gente se baña en el río para purificarse para el festival del fuego. Todos rezan en el templo y el santuario y después en las casas pidiendo cosechas abundantes y buena fortuna para la familia. A las parejas recién casadas se les cantan canciones y se les golpea en el culo con la empuñadura de una espada de madera. Por la noche el festival del fuego da la bienvenida solemne a la deidad protectora de la aldea y las llamas llevan las plegarias de los habitantes. Al día siguiente las familias comen juntos los mochi.
Hiroshi Hamaya siguió viajando periódicamente a Niigata y fotografiando toda la zona de Ura Nihon, desde Aomori a Yamaguchi. Tanto se identificó con el proyecto que en uno de los viajes a la celebración de año nuevo en Tanihama quemó sus fotografías anteriores.
El libro vio la luz en 1956 publicado como número especial de la revista Camera Mainichi. Comienza con una frase simple escrita por el poeta Daigaku Horiguchi: «Este es un libro que documenta la vida tradicional de los japoneses». Es posible que este proyecto etnográfico, comenzado en tiempos de guerra, tuviera un trasfondo nacionalista. Hamaya, según confesó, colaboró con la propaganda del régimen militar, intoxicado por el ruido y la furia de los tanques y los aviones. Pero también es cierto que, según Tsuchiya Seiichi, es el único fotógrafo japonés que después de la guerra hizo autocrítica de su colaboración. La historia de Japón desde el último tercio del siglo XIX es una historia de cambios acelerados: una rápida industrialización, una expansión colonial vertiginosa, guerra y derrota traumática seguida de una ocupación militar y una reconstrucción acelerada como democracia occidental. En un entorno así, el retorno a las raíces de Japón de este trabajo tiene una carga de nostalgia más profunda y más primaria que el simple nacionalismo.
Si se fijan verán que el libro está habitado por espíritus que se pasean entre las páginas y sólo dejan como rastro de su presencia algunas sombras. Los impresores quisieron imitar los negros profundos del libro de Brassaî Paris de Nuit (1933) y cargaron las tintas. El resultado es que al cerrar el libro las partes oscuras de una página tiznan ligeramente la opuesta, siendo estas sombras más visibles en los blancos. Incluso hoy, sesenta años después, la tinta sigue manchando las manos de los lectores.
Este ejemplar aún guarda una sorpresa para el final. El anterior propietario pegó con cinta aislante en las guardas una guía técnica de las fotos que indica con qué cámara, objetivo, película y accesorios tomó cada foto, algo habitual en los libros japoneses de la época, y una foto original que nos muestra a Hiroshi Hamaya fotografiando.
Hiroshi Hamaya
El país de la nieve (Yukiguni,雪国)
editado por Mainichi Shibunsha en Tokio, Japón;
primera edición, 1956; 138 páginas; 305 × 260 mm.;
ecuadernado en rústica con sobrecubierta de papel y caja; textos de Hiroshi Hamaya y Keizō Shibusawa; imágenes impresas en huecograbado en Seikōsha; texto impreso en Tosho Printing Co. Ltd.; encuadernado por Miyamoto Seihonjo;