Aprender a leer es más que aprender a juntar letras en una página. Aprender a leer es una habilidad que moviliza todos los recursos de cuerpo y mente. No me refiero a ese sobrevolar la basura que pasa por alfabetización, me refiero a la capacidad de enfrentarse a un texto como te enfrentas a otro ser humano. Reconocerlo en su propio derecho, separado, especial, dejarle hablar en su propia voz, no en una ventriloquia de la tuya. Encontrar su relación contigo que no es la relación con nadie más. Reconocer, al mismo tiempo, que no eres ni el medio ni el método de su existencia y que el amor entre vosotros no es un suicidio mutuo. El amor entre vosotros ofrece un paradigma alternativo: una visión completa y plenamente materializada en un mundo caótico y frustrado. El arte no es amnesia, y la idea popular de los libros como escapismo o diversión yerra completamente lo que el arte es. Hay mucho escapismo y diversión, pero no en libros de verdad, pinturas de verdad, música de verdad, teatro de verdad. El arte es la materialización de una emoción compleja.
Valoramos las máquinas sensibles. Gastamos miles de millones de libras en hacerlas más sensibles todavía, para que detecten minerales en la profundad de la corteza terrestre, radiactividad a miles de millas de distancia. No valoramos la sensibilidad de los seres humanos y no gastamos dinero en su prioridad. A medida que las máquinas se hacen más delicadas y los seres humanos más toscos, ¿acaso las antenas y las fibras ópticas reclamarán para sí lo que era exclusivamente humano? No la racionalidad, no la lógica, sino esa red extraña de percepción frágil, que significa que puedo imaginar, que me enseña a amar, un albergue para el reconocimiento y la ternura donde a veces reconozco el pulso esencial que da ritmo a la vida.
El artista como radar me puede ayudar. El artista que combina una sensibilidad excepcional con un control excepcional sobre su material. Estas herramientas, sin fundamento, despreciadas, don y disciplina mantenidos sintonizados a frecuencias sin usar, me traerán señales que de otra forma me perdería. Harán en mis ojos y mis oídos lo que era propiedad del halcón. Esta agudeza y extensión de las alas no contienen la comodidad de la escapada. Contienen advertencias y azares y belleza dolorosa. No es lo que sé y no es lo que soy. El espejo resulta ser un cristal transparente y más allá están los lugares que nunca he alcanzado. Una vez alcanzados no hay que abandonarlos de nuevo. El arte no es turismo es un territorio en continua expansión. El arte no es capitalismo, lo que encuentras en él te lo puedes quedar. El título toma mi nombre.
— Jeanette Winterson, The Semiotics of Sex
en Art Objects: Essays on Ecstasy and Effrontery (1995)