Una mediación entre los vivos y los muertos

Crear genealogías fotográficas era la forma con la que uno se aseguraba contra las pérdidas del pasado. Eran una forma de conservar las relaciones. De niños aprendíamos quienes eran nuestros antepasados escuchando narraciones interminables frente a las fotografías.

En muchos hogares negros las fotografías — especialmente las instantáneas — eran también importantes en la creación de ‘altares’. Estos lugares conmemorativos homenajeaban a los ausentes queridos. Las instantáneas o los retratos profesionales se situaban en lugares específicos para que la relación con los muertos pudiera continuar. Describiendo agudamente este uso de la imagen en Jazz, su novela más reciente, Toni Morrison escribe:

… el rostro de una niña muerta se ha convertido en algo necesario para sus noches. Se turnan para apartar la manta, levantarse del colchón hundido y caminar de puntillas sobre el frío linóleo hacia el salón para contemplar lo que parece la única presencia viva de la casa: la fotografía de una niña seria y atrevida que mira fijamente desde la repisa de la chimenea. Si el que camina de puntillas es Joe Trace, expulsado por la soledad del lado de su esposa, entonces la cara le mira sin esperanza ni remordimiento y es la ausencia de una acusación lo que le despierta del sueño hambriento de su compañía. Ningún dedo señala. Sus labios no se entornan hacia abajo juzgando. Su cara es tranquila, generosa y dulce. Pero si la que camina de puntillas es Violet la cara no es así en absoluto. La cara de la niña parece avariciosa, altiva y muy holgazana. La cara de crema de alguien que nunca trabajará por nada, alguien que coge las cosas de los tocadores de otros, y no se avergüenza cuando es descubierta. Es la cara de una sinvergüenza que se desliza hasta tu fregadero para aclarar el tenedor que has puesto a tu lado. Una cara interior que sea lo que sea se ve a sí misma. Estás ahí, dice, porque te estoy mirando.

Cito en detalle este pasaje porque describe el tipo de relación con las imágenes fotográficas que no ha sido reconocida en las discusiones críticas sobre la relación de los negros con lo visual. Cuando leí por primera vez estas frases me recordaron la forma pasional con la que nos relacionábamos con las fotografías cuando era una niña. Al dramatizar en la ficción la forma en que una fotografía puede tener ‘presencia viva’, Morrison ofrece una descripción que refleja la forma en que muchas personas negras enraizadas en las tradiciones sureñas usaban, y usan, las imágenes. Eran, y siguen siendo, una mediación entre los vivos y los muertos.

Para crear un palimpsesto de la relación entre los negros y lo visual en la vida segregada, debemos seguir todas las huellas, no caer en la trampa de pensar que si de algo no se habla abiertamente, o si se habla de ello pero no se registra, no tiene importancia y significado. Las genealogías fotográficas que Sarah Oldham, la madre de mi madre, construía en sus paredes eran esenciales para nuestra sensación de pertenencia y nuestra identidad como familia. Nos aportaban una narración necesaria, una forma para que entremos en la historia sin palabras. Cuando aparecían las palabras lo hacían para dar vida a las fotografías. Muchas de las personas negras mayores que amaban estas fotografías eran analfabetas. Las imágenes eran documentación crucial, estaban ahí para apoyar y afirmar la memoria oral. Esto era especialmente cierto para mi abuela, que no leía ni escribía. Me centro en sus paredes porque sé que, como artista (era una excelente creadora de colchas), ponía las fotos con el mismo cuidado con el que componía sus colchas.

— bell hooks, In Our Glory: Photography and Black Life
publicado en su libro Art on My Mind, The New Press, 1995