La educación de un fotógrafo

Bob Mitchell, Amphoto Guide to Travel Photography, Nueva York, Estados Unidos, 1979

El autor de la Amphoto Guide to Travel Photography, Bob Mitchell, es un reputado fotógrafo (es el fotógrafo oficial del circuito de Indianápolis) que empezó a interesarse por el oficio cuando trabajaba como maquetista de arquitectura, oficio que a día de hoy sigue compaginado con el de fotógrafo. Además de fotógrafo y maquetista también es inventor. En este campo su contribución más importante a la fotografía es la “Color Canoe”; un rígido cachivache en forma de canoa que sirve para revelar positivos en color y que, gracias a su ingenioso sistema, mantiene estable la temperatura de los líquidos. Además, es obvio, también escribe. Y yo he de reconocer que este tipo de libros me encantan. Primero, porque es oir hablar de viajes y a uno se le ponen los ojos golosos. Segundo porque estos libros, leídos desde la más rigurosa historiografía del medio que nos ocupa, la fotografía, son extraordinariamente útiles. Dejadme que me explique. O mejor, ya me explicaré más tarde.

En primer lugar es un libro que no engaña: es una guía que, mediante consejos de todo tipo, está dirigida a mejorar las fotografías que hacemos cuando viajamos. Además es una guía que sistematiza y prevé cada una de las etapas de nuestro viaje. ¿Cómo lo hace? Empezando por el principio. Y ¿qué es lo primero? Saber que nos vamos.
Lo segundo, y lógico, es saber adónde vamos. Como nuestro viaje es fotográfico lo importante no es dónde vamos, sino cuál es la historia visual del sitio al que vamos. Para ello recomienda ir a la Biblioteca, coger algún libro ilustrado de los lugares que vamos a visitar y hacer un boceto de las fotografías que representan esos lugares. De este modo cuando estemos en el sitio en persona tendremos una referencia visual de ese lugar y cómo podríamos mejorar las fotografías que ya existen. Dónde hacemos ese boceto. Exacto: no en cualquier sitio, sino en unas tarjetitas de tamaño 9×12 centímetros que se convertirán en nuestras aliadas en el viaje. Son prácticas porque, a diferencia de un cuaderno, se pueden atar con una goma y se puede alterar su posición. Ahí podremos anotar todo cuánto queramos recordar: bares, monumentos, … incluso los tiempos de exposición de nuestras fotos. En esto último aconseja no ser demasiado exhaustivo. Solo aquellas tomas que realmente tengan dificultades técnicas que queramos recordar. Como bien dice Bob, Rembrandt no anotó al lado de cada pincelada el número de pincel con el que la hacía (Warhol sí, pero esa es otra historia).
Somos fotógrafos. Ya hemos educado la mirada y ahora toca poner apunto el equipo que llevamos: amigos, no es tiempo de improvisar. Hay que viajar con la cámara de toda la vida. Llevar una cámara recién comprada es un disparate que nadie en su sano juicio haría. Después hay que chequear el peso de nuestro equipo, la bolsa e la que lo llevamos; el espacio interno y la disposición de cuerpos, objetivos, flash, etc; y por último, un poco de gimnasia visual: salir a nuestra propia ciudad y mirarla con los ojos de un forastero. Si lo logramos podemos estar seguros de que podemos hacer el viaje con garantías de éxito.
Una última advertencia a la hora de planificar el viaje: pensar en términos de días por ciudad; así seremos más realistas con la tarea que tenemos por delante. Querer fotografiar demasiados sitios en poco tiempo arruinará nuestras fotografías.

Ya estamos de viaje. Cuando llegamos a una ciudad hay que ser rápido. El primer día es crucial para ver las cosas con la mirada fresca del recién llegado. El segundo ya sabremos demasiado.
Y ahora, que ya estamos metidos en faena los consejos caen en cascada:
Hay que estar siempre preparado porque “puede suceder algo delante de ti que implique una reacción inmediata”.
Las postales son fotografías aburridas; la única manera de hacer que una imagen sea interesante es incluir una figura o un grupo de personas. “Localiza el punto de vista de una postal que te interese. Ahora espera. Espera más. Espera a que entre una viejecita en escena. Dispara al menos dos veces si es posible. Así siempre tendrás, al menos, una buena. Pero no te muevas todavía. Espera como si fueras un cazador de patos, esperando que suceda algo mejor en el escenario visual que te has construido. ¡Ahí lo tienes! Ese abuelo con su nieto. Justo cuando lo tienes en el lugar que querías se lleva la mano al sombrero para saludar al sacerdote local. ¡Las cosas mejoran!. Recuerda que la pregunta que debes hacerte siempre es ¿qué necesita esta toma para convertirse en una imagen impresionante?

Pero claro fotografiar personas desconocidas puede acarrear problemas. Para evitarlos se puede emplear la técnica del “disparo en arco”. Imagina que ves a alguien a quién quieres fotografiar. En vez de apuntar directamente la cámara a su rostro diriges la cámara en dirección contraria al sujeto. Luego te mueves como si estuvieras trazando un arco y te aseguras que encuentras su rostro en algún momento del recorrido. Este es el instante en el que disparas. Cuando llegas al otro extremo del arco hay que asegurarse de no mirar a la persona. Sin que se de cuenta estará en el saco.
Pero la elección de personas no debe ser demasiado subjetiva; “es mejor elegir a aquéllas cuyas costumbres y vestimentas reflejan mejor el país al que representan”.
Llegado un momento del viaje hay que recapitular y chequear que llevamos un poco de todo: niños, desfiles (que según el autor son los paraísos de los fotógrafos), trenes, coches, barcos, reflejos…

También hay que pensar en las escenas humorísticas; porque si realmente quieres tener un trabajo serio tarde o temprano tendrás que preguntarte cuántas fotos graciosas tienes (hay que pensar constantemente en el auditorio que tendrás al volver a casa).
Fotografiar un quiosco es también una buena idea. Los amigos verán qué se lee en el lugar en el que has estado y no tendrás que cargar con un montón de revistas y periódicos.
Y ya que uno se ha molestado en cargar con varios objetivos… úsalos. ¿Para qué un teleobjetivo? Imaginemos. Uno va por una calle cercana a la cárcel en una ciudad. Una mano se asoma a través de una ventana enrejada: “¿Alguien que está pidiendo ayuda o solo un pequeño descanso al sol?”. ¿Y las lentes de aproximación? Esos ingenios ópticos que permiten que todo lo que se fotografía tenga interés (siempre y cuando se sea capaz de simplificar y priorizar el centro de la imagen sobre el resto).

Y ya en el límite de lo visible, “¿qué tiene el agua que suscita tanto interés? La palabra “waterfront” ya evoca cantidad de imágenes…” Y la niebla, “que puede ser bonita si la sabes manejar con tu cámara”; y la lluvia, siempre acompañada de los reflejos que duplican lo real; y la noche (aunque los momentos más interesantes son justo los de antes de la caida del sol y antes del amanecer); y los interiores… ¡Qué mejor lugar para trabajar en un día lluvioso!
Y para terminar: fotografía tu comida e intenta hacer alguna fotografía aérea. Para las segundas, lo más fácil es hacerlas desde el avión en el que se viaja. Para ello hay que pedir, en la ventanilla del aeropuerto, un asiento de ventanilla. El asiento no debe estar sobre las alas. El mejor lugar es en los asientos de la parte delantera. Si los motores están debajo de las alas el calor que despiden afectará a la densidad del aire y provocará distorsiones en las imágenes. También hay que considerar el rumbo del avión para determinar la posición del sol. Pero ojo, ¡no te entusiasmes! Aunque te parezca impresionante lo que ves a 39.000 pies de altura, olvídate de fotografiar el suelo. La calima empastará las fotografías con un tono azulado que no será capaz de eliminar ningún filtro. Así que mejor fotografía las nubes.
Cuando vuelvas a casa revela y edita tus fotografías. Si las expones debes vender suficientes para, por lo menos, pagar los rollos que has utilizado en el viaje.
Y yo decía al principio que estos libros me parecían, desde un punto de vista histórico, muy interesantes. ¿Por qué? Porque funcionan como testigos, pequeños hitos clavados en el terreno que funcionan por decantación. En el momento que se escribe el libro 1979 hay ya una teoría del uso de lo fotográfico que se ha ido destilando durante muchos años y que crea un suelo común desde el que se entiende el medio. Veamos: ¿no existió durante todo el siglo XIX una teoría de lo pintoresco que sustituyó a lo sublime y que se validaba desde la experiencia de la mirada?¿no buscaban los primeros viajes fotográficos los lugares que ya existían en el imaginario cultural occidental pero de los que no se tenía la imagen descriptivamente certera de la cámara (los lugares Bíblicos y también el Partenón y el Foro Romano)? ; ¿no aconsejaba Walker Evans llevar siempre una pequeña cámara encima, como si fuera una pistola, y estar siempre preparado?; ¿no aniquila Steichen cualquier posibilidad de reivindicación identitaria personal en su exposición Family of Man con sus tipologías humanas agrupadas bajo genéricos lacrimosos? ; ¿y Cartier Bresson? ¿y la fotografía publicitaria?
Luego este libro no hace sino resumir y dar por bueno todo lo que ya está en la disciplina. ¿Entonces? ¿Por qué no vamos a tomarlo en serio? ¿Por qué no desarrollamos nuestro proyecto fotográfico a partir de los consejos que nos brinda el bueno de Bob?
Yo solo encuentro una razón. Y está en la dedicatoria del libro: “A Marilyn, que siempre se queda en casa”. A diferencia de Ulises, Bob está seguro de que le esperan.

Bob Mitchell
Amphoto Guide to Travel Photography
editado por American Photographic Book Publishing Co.,Inc., Nueva York, Estados Unidos;
1ª edición, 1979; 160 páginas; 134×210 mm.; escrito en inglés;
encuadernación en rústica;

ISBN 0-8174-2144-0

 

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