Miércoles.– Vamos conociéndonos y estimándonos. Ya no evita mi presencia, lo que es una buenísima señal, y cuando estoy a su lado da muestras de honda satisfacción. Huelga decir cuánto me agradan semejantes manifestaciones.. Yo procuro corresponder, estudiando los medios de serle útil en los pequeños menesteres de la vida, y ayudándole a ir denominando todo lo que le rodea. Ahora me he pasado dos días enseñándole el nombre de unas cuantas cosas. El pobrecillo me agradece esta obra de instrucción, porque no le ha dotado el Ser Supremo de grandes aptitudes a este propósito. Vanidoso como es, me valgo de ciertas mañas para educarle sin que se resienta su amor propio. Siempre que aparece algo a su vista algo nuevo que desconoce, le planto un nombre sin dar tiempo a mi discípulo para pensar en su ignorancia. De este modo le he salvado de muchos compromisos. ¡Loado sea Dios que me dio la maravillosa facultad de saber distinguir en materia de animales! Me basta mirar un segundo la bestia desconocida para saber qué bicho es y qué nombre debo aplicarle. No fallo jamás. La primera vez que se nos puso a tiro un avestruz, creyó que era un gato montés. Lo adiviné en sus ojos. Pero me apresuré a sacarle del compromiso diciendo con afectada sorpresa: «Si eso no es un avestruz, se le parece mucho…» Mi compañero se quedó abobado mirándome, o mejor dicho, admirándome. Al sentirme objeto de aquella admiración, corrió por todo mi cuerpo un cosquilleo de vanidad satisfecha… ¡Con qué poco se contenta una cuando está segura de haberlo merecido!
Mark Twain, Diario de Eva, recogido en Cuentos humorísticos