Todo, todo

El universo en color, Edaf, Madrid, 1968

Vistas de ciudades, retratos de personas de todas las razas existentes, calles bulliciosas, paisajes brumosos y desérticos… Hay más; la luna, el sistema solar, amplias vistas del universo… Todo lo que nos rodea mostrado en 400 páginas. Economía, política, geografía. Un testigo ilustrado en color. Y ¿cómo se ilustra? Naturalmente, con fotografías.

De hecho el calificativo de libro ilustrado hace ya bastante tiempo que es casi sinónimo de libro ilustrado con fotografías. Y tirando de ese hilo, ¿podríamos afirmar que todo libro ilustrado con fotografías es un libro de fotografía? No veo por qué no. Lo que sucede es que las fotografías que ilustran una obra tan genérica deben tener un denominador común: la legibilidad. En un libro de estas características solo puede haber fotografías que puedan ser entendidas, al menos durante un determinado período de tiempo. Período que van a compartir sus lectores. Y ¿cuál es ese período? Pues ese en el que no hay discusión sobre lo que son las cosas y cómo se hace presentes ante nosotros. En el contexto artístico se ha dado en llamar a este consenso “estilo”. Estilo que viene de la voz latina que designa el punzón con el que el alumno incidía en sus tablillas recubiertas de cera. Estilo que araña de manera uniforme la superficie del tiempo y genera un aire innegable a todo lo que produce.

Por eso podemos afirmar que las fotografías que contiene este libro tienen un código de lectura común y consecuentemente generan una semántica de fácil lectura.

Pero el estilo, como tipología que es, también encierra la semilla de algo que gusta menos: la necesidad de  simplificar, de atomizar lo complejo en beneficio de lo legible.

Pero aquí estamos; un zuavo, un habitante de Gabón, un beudino, un indio (del mítico oeste); las llanuras centrales de la URSS (claro estamos a finales de los 60); las cataratas del Niágara,… Un  discurso que se mueve constantemente entre lo genérico y lo concreto (mirad el dibujo que aparece impreso en los billetes de euro, ese aluvión de arquitecturas concretas que dan como resultado un no lugar, una idea, una arquitectura inhabitable por inexistente).


Esta simplificación, que algunos creen olvidada, me trae a la cabeza el trabajo de Joel Sternfeld en el que aparecían retratadas gentes de la calle y cuyos títulos eran: Un oficinista; Una mujer que tiende la ropa; Un hombre en un parque
También recuerdo aquél de los artistas Fischli y Weiss que terminó siendo un libro llamado Die sichtbare Welt, que podría traducirse por El mundo evidente; o mejor, El mundo seguro. Por supuesto, visualmente seguro. Es decir todo ese mundo en el que todo está mirado desde donde debe ser. En definitiva una colección de postales enseñando un mundo que solo se ve y que está más allá de olores y sabores (el auténtico paraíso contemporáneo).


Sabemos que Fernand Léger ideó una película en el que “una uña de manicura pulida, perfecta, se viera con una lente de aproximación de tal modo que pareciese la superficie de la luna” (pocas superficies lunares había visto Léger; o quizá hablaba de otras cosas, quién sabe).


Pues quizá sí y a la Léger le importase un comino la luna y quizá de lo que hablaba Léger era de ese “mundo temporal” que es la infancia, en la que funcionamos con lo sencillo para construir nuestros propios mundos, ajenos a toda lógica externa y que siempre tienen sus propios héroes y villanos. Porque las fotografías de ese Universo en color destilan un inmediato imaginario. Y eso lo consiguen con cuatro pinceladas. Así que las gentes y los lugares que aparecen están revestidas de toda la credibilidad necesaria. Esas cuatro pinceladas constituyen el auténtico grado cero de las fotografías, momento mágico en el que, con una facilidad pasmosa, las fotografías se convierten en cosas.


Para volver a este otro mundo (como una especie de Alicia que empieza a recelar de lo que ve) siempre me llamó la atención la fotografía de un “tipo hebreo”, encorvado, con un dedo huesudo alzado hacia delante y, con una cara ambigua que, aplicando un riguroso catálogo gestual, indica que algo no funciona, que va a a pasar algo y que se podrán hacer más fotografías de lo que vendrá a continuación. Justo donde el país de los teletubbies se pierde en el horizonte.

El universo en color
editado por Edaf, Madrid, España;

1ª edición, 1968, 400 páginas; 394×335 mm.; escrito en español; encuadernación en tapa dura forrada con guaflex, impresa con tintas oro y rojo sobre golpe en seco

Depósito legal M 13.875-1968.