Un viajero encontró un castillo en mitad de un bosque y decidió quedarse a pasar la noche. Durante la cena descubrió que ni él ni nade de los que estaban allí podía hablar. Al terminar, alguien posó sobre la mesa un mazo de cartas de tarot. Los comensales se lanzaron sobre ellas para usarlas como medio de comunicación. Cada uno iba poniendo sobre la mesa las cartas que le interesaban una tras otra, para que en esa secuencia se leyera la historia que querían contar. A Italo Calvino se le perdona porque es un escritor, pero si realmente creyera en esa historia, habría dejado de escribir en ese instante, y nos habría mostrado simplemente las cartas sobre la mesa.
A los que sufrimos de una cierta inclinación por la fotografía la situación nos es familiar. ¿Se puede contar realmente una historia sólo con imágenes? El señor Calvino, perro viejo, ya sabe que no, y continúa escribiendo, y describiendo, cómo esas cartas no tienen una lectura única, cómo cada uno quiere que cuenten su historia y lo único que consiguen es servir de soporte para las ensoñaciones del espectador, y ni siquiera unas ensoñaciones concretas pues las mismas cartas se leen de formas diversas según el orden en que se pongan o qué mano las haya depositado sobre la mesa.
Por esta esquina intentaremos seguir a Don Italo Calvino, leyendo las secuencias de imágenes con las que nuestros compañeros de mesa noscuentan el mundo: les daremos vueltas, nos equivocaremos, saldremos por la tangente y volveremos a empezar. A fin de cuentas es lo único que nos queda a los que creemos que la fotografía no es más que una rama de la literatura.