La tercera exposición de fotolibros que quisiera comentar tuvo lugar conjuntamente en el CCCB y en la Fundación Foto Colectania de Barcelona. Desgraciadamente, la parte de la Fundación Foto Colectania, comisariada por Horacio Fernández y dedicada a las bibliotecas de Manuel Álvarez Bravo, Henri Cartier-Bresson y Gabriel Cualladó, se clausuró antes que el resto y no pude verla. El resto de la exposición ocupaba toda una planta del CCCB, y requería un par de días para verla con cierto detalle.
Son varias exposiciones independientes que se van cruzando. El hilo conductor es una selección de los mejores fotolibros de la colección de Martin Parr que se va desplegando cronológicamente a lo largo de la exposición, empezando con The Book of Bread de Owen Simmons, publicado en 1903.
En diversas secciones se desarrollan temas más concretos o aproximaciones diferentes a los fotolibros. Destaca el estudio detallado del Life is Good & Good for You in New York de William Klein, ampliado y analizado por Markus Schaden y Frederic Lezmi en las paredes de una gran sala. En otro espacio se muestran en vitrinas los libros de protesta política y de propaganda seleccionados por Gerry Badger acompañados de ampliaciones de sus páginas interiores sobre las paredes. Es un recorrido por todo el mundo. La tercera sección importante está dedicada a los libros japoneses y está comisariada por Ryuichi Kaneko. Comienza con los álbumes de fotografías que docuementaban la guerra Chino-Japonesa de 1894, y va abordando en diferentes vitrinas algunas de las claves de los libros japoneses. Por ejemplo, una vitrina está dedicada a mostrar las revistas en que se publicaron las fotografías que constituyen el libro Nippon de Shomei Tomatsu; otra muestra algunos de los libros diseñados por Kohei Sugiura; una tercera en el centro de la sala muestra las diferentes ediciones del Barakei de Eikoh Hosoe.
El final de la exposición se va haciendo menos convencional. En una parte comisariada por Irene de Mendoza y Moritz Neumüller titulada Prácticas contemporáneas, se puede ver no sólo el resultado final sino el proceso de trabajo de varios autores. Esta sección resulta ciertamente contradictoria, pues lleva al espectador a preguntarse qué hubiera sido de la exposición si se hubiera organizado así el resto también. La exposición termina con dos salas comisariadas por Erik Kessels. La primera contiene una colección descacharrante de libros ilustrados con fotografías, libros de fotografía «útil» como dice el comisario, que no aparecen en los manuales de historia del fotolibro, y cuyas páginas aparecen ampliadas en las paredes. En la última sala hay una instalación de materiales fotográficos que parece un trastero organizado alrededor de la idea de fracaso. Es una forma de abrir todavía más el abanico y de restar un poco de trascendencia a la visión hagiográfica del fotolibro del resto de la exposición.
La exposición deja un regusto de cierta arbitrariedad, de trabajo en curso, de punto de partida. Los libros se muestran de formas muy variadas: la mayor parte se muestran en vitrinas, pero otros se pueden ojear, otros más se muestran en pantallas de vídeo, y algunos en pantallas táctiles. Algunos libros llevan comentarios extensos junto al libro, otros lo llevan en hojas de sala y otros tienen que conformarse con una simple cartela. Todo muy heterogéneo y algo caótico, presenta y a la vez socava una idea tradicional del fotolibro, los encierra en vitrinas pero también explora nuevas formas de mostrarlos. Seguro que hay cosas que nos disgustan, pero también sorpresas y cosas con las que quedarse.
Qué maravilla de exposición!, una pena no haber asistido.
Por cierto, es la primera vez que veo escrita la expresión «trabajo en curso», por lo que deduzco que el señor Cian no es hipster.