Agarrando el mundo con los dientes

El arte de la prosa se ejerce sobre el discurso y su materia es naturalmente significativa; es decir, las palabras no son, desde luego, objetos, sino designaciones de objetos. No se trata, desde luego, de saber si agradan o desagradan en sí mismas, sino si indican correctamente cierta cosa del mundo o cierta noción. Así, nos sucede a menudo que estamos en posesión de cierta idea que nos ha sido enseñada con palabras, sin que podamos recordar ni uno solo de los vocablos con que la idea nos ha sido transmitida. La prosa es, ante todo, una actitud del espíritu: hay prosa cuando, para hablar como Valèry, la palabra pasa a través de nuestra mirada como el sol a través del cristal. Cuando se está en peligro o en una situación difícil, se agarra cualquier cosa que se tenga a mano. Pasado ya el peligro no nos acordamos si se trata de un martillo o un leño.

Jean-Paul Sartre, ¿Qué es la literatura?

Una pregunta que no tiene respuesta

Porque, como es bien sabido, esa imperfección de la naturaleza (el no ser enteramente adecuada desde el punto de vista de los fines perseguidos por el hombre) puede ser suplida por el hombre, que es, después de todo, quien la considera imperfecta desde su perspectiva instrumental.  Y ese perfeccionamiento de la potencia del cual la naturaleza no es capaz por sí misma es exactamente la técnica (que desde ese momento sella su vínculo con la potencia).  

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Mantener el nombre inalterado

Imagen frecuente la del navío Argo (luminoso y blanco) cuyas piezas reemplazaban los Argonautas poco a poco, de modo que acabaron por tener un navío enteramente nuevo, sin tener que cambiarle ni el nombre ni la forma. Este navío Argo es muy útil: ofrece la alegoría de un objeto eminentemente estructural, creado no por el genio, la inspiración, la determinación, la evolución,… , sino por dos actos modestos (que no pueden captarse en ninguna otra mística de la creación): la substitución (una pieza echa a otra, como en un paradigma) y la nominación (el nombre no está vinculado en absoluto a la estabilidad de las piezas): a fuerza de combinar en el interior de un mismo nombre, ya no queda nada del origen: Argo es un objeto sin otra causa que su nombre, sin otra identidad que su forma.

Roland Barthes por Roland Barthes

Millas de distancia

Vivo en la ciudad de Nueva York, tierra de ocho millones —y contando— de historias.  Los turistas llegan de todas las partes del mundo para absorber el espectáculo de este lugar y consumir todas sus delicias y abundancias.  Cuando llega el ocaso, si tengo una buena vista, miro hacia el edificio Empire Estate ya que, incluso desde millas de distancia, estoy seguro de que veré el flash de las cámaras dispararse desde la plataforma de observación.  Luces centelleantes intentando en vano iluminarme desde millas de distancia, llegando quizás —en el mejor de los casos— a girar un píxel hacia acá o hacia allá, o quizás a provocar que una partícula de sal de plata se oxide en una reacción fotoquímica.  ¿Consiguió el fotógrafo capturar lo que quería, me pregunto?  ¿Estaba yo allí representado de alguna manera?  Intentando reproducir el mundo entero desde ese aéreo punto de vista, nuestros turistas, escudriñando la locura de los mortales, vieron — ¿qué?  Una fotografía proyecta —principalmente— lo que su creador espera.  Uno apunta la cámara hacia lo que espera ver y hacia aquello sobre lo que uno desea llamar la atención.  Aunque haya visto el flash, mi mundo, mi experiencia, no está entre las expectativas de estos turistas.  Yo estoy contenido en su imagen sólo superficialmente, como una mota o no lo estoy: simplemente estoy demasiado lejos.

— Ken Schles, A New History of Photography: The World Outside and the Pictures in our Heads

Dí «cierra la puerta». Si te atreves…

Es tan fácil charlar sobre lo Bello… Pero para decir en estilo propio «cierra la puerta» o «tenía ganas de dormir» hace falta más genio que para hacer todos los cursos de literatura del mundo. La crítica está en el último escalón de la literatura, como forma casi siempre, y como valor moral, indiscutiblemente.

Flaubert, Cartas a Louise Colet, 28-29 de junio de 1853

La imagen muestra un retrato de Gustave Flaubert y su hermano Achille con 13 y 14 años, realizado por Delaunay hacia 1835. Supongo que como Flaubert todavía no era conocido, el autor del retrato utilizó un papel de boceto en el que aparecen algunos personajes más. La fama le asegura a uno un espacio pictórico propio. Con las fotografías es un poco distinto. No hace falta ser famoso. El único requisito es reflejar luz. Hay autores que han calificado ese efecto como de «democrático».