El Caso, Christian Boltanski, Madrid 1988
El Caso era un diario español de tirada nacional con una periodicidad semanal que recogía crímenes y vilezas variadas. De hecho era el único medio que, alejándose del discurso oficial, mostraba la trastienda del régimen franquista. Sabroso lugar donde, como si hubiesen dejado a un furibundo Buñuel suelto en una cacharrería convocando a los espíritus de Goya, se descerrajaban historias de crímenes, amores turbulentos y pasiones inconfesables.
Según cuentan, su director solía entretenerse en disparar a las paredes de su despacho para llamar la atención de sus redactores (me pregunto cuántos impactos de bala puede recibir una pared antes de convertirse en puerta y si en el fondo Suárez, así se llamaba el director, no era el legítimo importador de la nueva arquitectura que Mies van der Rohe proponía en los pantanos, importación pasada, eso sí por el filtro de Pepe Gotera y Otilio).
Así que ahí tenemos a este delicado artista francés, que entiende, en un sentido muy benjaminiano, que la memoria de verdad, esa que nos afecta a todos y que tan bien ejemplificada está en el speech que Enrique V les lanza a sus tropas en la homónima obra de Shakespeare. Porque lo importante no es formar parte de la historia. Lo verdaderamente valioso es remangarse la camisa y mostrar las heridas y después, al calor de la lumbre brindar por ello con los ojos empañados. Uno no va a la guerra para entrar en la historia ni para servir a su patria. Uno va porque le toca; y vuelve con un puñado de historias que contar. Historias impregnadas de horror, de asco, de miseria y de grandeza. Y esta última siempre se aloja en lo leve: ropas, fotografías, carnets personales… Objetos que gritan siempre por boca de un narrador, un privilegiado, en el que se ha depositado el significado de lo vivido.
Boltanski se dedica a recoger todos esos cachivaches, que funcionan como pedernales a la espera de que alguien pase por allí y que, de una descuidada patada, los haga arder como piras conmemorativas, y organiza espacios abrumadores donde la muda presencia acaba por asfixiar y conmover al espectador. Y esto es así, creo, porque de repente cae en la cuenta de que él también pertenece, como en el relato de Joyce, a los muertos.
En este trabajo, Boltanski bucea en los archivos del semanario y, alejándose de las imágenes más truculentas (aunque hay que advertir que pocas hubo en el diario y que las más de las veces el trabajo sucio lo hacían las tipografías, gritando desde los artículos para agarrar por las solapas al lector) selecciona aquéllas que de una manera más descriptiva mostraban los «lugares del crimen». Poco hay que añadir sobre esta acepción, mencionada hasta la saciedad en la historiografía habitual de la fotografía. Pero sí me gustaría llamar la atención sobre algo que sucede y que las más de las veces pasa desapercibido. El lugar del crimen solo existe si está acompañado de un texto. Visualmente no existe; y siempre establece un delicado equilibrio entre lo que se sabe, o se nos hace saber, y lo que vemos. El lugar del crimen vendría a ser ese espacio visualmente neutro que, sin memoria alguna que le preceda, está condenado a desaparecer tan pronto como deje de ser noticia.
Y Boltanski sabe muy bien cómo articular esta especie de juego de «cus-tas» que tanta gracia les hace a los niños; enfrentando en dobles páginas imágenes «mortalmente» banales una hoja de papel vegetal cubre una u otra, a criterio del lector que puede desvelar ésta o aquélla a voluntad. Y el juego es divertido, pero diabólico. Convirtiendo también ese juego en una gran metáfora sobre la propia naturaleza del acto de fotografiar. Ahora sales, ahora no. Te jodes: haber cogido tú la cámara.
El caso
Christian Boltanski
336×240 mm
catálogo de la exposición que se celebró en el Centro de Arte Reina Sofía de mayo a septiembre de 1988
castellano/francés
editado por Turner Libros S.A.
Diseñado por Christian Boltanski y Carmen de Francisco
Impresión Julio Soto S.A.
Cartoné sin forrar con tintas roja y negra sobre golpe en seco
ISBN 84-7506-229-6
Realmente interesante el trabajo de este autor, no conocía este libro pero resulta su trabajo tremandamente potente en sus instalaciones, esa visión de la muerte, del duelo que a través de fotografías encontradas y objetos parecen crear santuarios en consonancia por el espacio. Realmente interesante el libro!