Martes.– Hemos estado inspeccionando nuestras propiedades. La nueva criatura las llama «Jardín del Edén». ¿Por qué?… Lo ignoro. Debe ser por mero capricho o por tontería declarada. Observo que desde que andamos juntos, jamás puedo llamar a una cosa como me plazca. La nueva criatura pone nombre a todo lo que ve, sin importarle un pito mis protestas. Lo más gracioso es que siempre tiene la misma justificación para hacerlo: que la cosa parece lo que a ella, la nueva criatura, se le antoja llamarlo. Por ejemplo, el avestruz. Dice ella, apenas ve uno de esos animales, que parece un avestruz. El pobre animalito tendrá, pues, que quedarse con ese nombre. A mí me disgusta disputar por cosas insignificantes, y de ahí que la deje llamar las cosas como le dé la gana. ¡Avestruz!… La verdad es que se parece tanto ese bicho a un avestruz como a mí.
Mark Twain, Diario de Adán recogido en Cuentos humorísticos
magenta
Actos invisibles
Arnold Skolnick (fotografías) y Robert L. Harkell (texto), The Picture Book of Sexual Love, Estados Unidos, 1969
Escritos japoneses
Setting Sun Writings by Japanese Photographers Aperture 2006, Estados Unidos
Cada palabra siempre está por decir
El estereotipo es la palabra repetida fuera de toda magia, de todo entusiasmo, como si fuese natural, como si por milagro esa palabra que se repite fuese adecuada en cada momento por razones diferentes, como si imitar pudiese no ser sentido como una imitación: palabra sin vergüenza que pretende la consistencia pero ignora su propia existencia. Nietzsche ha hecho notar que la “verdad” no era más que la solidificación de antiguas metáforas. En ese sentido, el estereotipo es la vida actual de la “verdad”, el rasgo palpable que hace transitar el ornamento inventado hacia la forma canónica, constrictiva, del significado.
El placer del texto, Roland Barthes
Somos los más grandes
Colorama, The world’s greatest photographs, Aperture, 2004. Estados Unidos
Tipología fallida
lánguida conjetura en horas de trabajo, atrapado por la sombra
del padre.
de día las aceras de los cafés
están vacías.mi gato me mira y no está seguro de lo que soy.
yo le devuelvo la mirada, contento de sentir
lo mismo
por él…
Maestro, ¿debo dejarlo todo?
–Creí que por sus teorías usted desaprobaba que un escritor se casara.
–Sin duda, sin duda. Pero ¿no me llamará a mí escritor?
–Debería darle vergüenza– dijo Paul.
–¿Vergüenza de volverme a casar?
–No diré eso…, sino vergüenza de sus razones.
–Debe dejar que las juzgue yo, amigo mío.
–Sí, ¿por qué no? Usted juzgó admirablemente las mías.
El tono de esas palabras pareció de repente sugerirle lo insospechado a St. George. Se quedó mirando como si leyera en ellas una amargura.
–¿No cree que he jugado limpio?
La educación de un fotógrafo
Bob Mitchell, Amphoto Guide to Travel Photography, Nueva York, Estados Unidos, 1979
El autor de la Amphoto Guide to Travel Photography, Bob Mitchell, es un reputado fotógrafo (es el fotógrafo oficial del circuito de Indianápolis) que empezó a interesarse por el oficio cuando trabajaba como maquetista de arquitectura, oficio que a día de hoy sigue compaginado con el de fotógrafo. Además de fotógrafo y maquetista también es inventor. En este campo su contribución más importante a la fotografía es la “Color Canoe”; un rígido cachivache en forma de canoa que sirve para revelar positivos en color y que, gracias a su ingenioso sistema, mantiene estable la temperatura de los líquidos. Además, es obvio, también escribe. Y yo he de reconocer que este tipo de libros me encantan. Primero, porque es oir hablar de viajes y a uno se le ponen los ojos golosos. Segundo porque estos libros, leídos desde la más rigurosa historiografía del medio que nos ocupa, la fotografía, son extraordinariamente útiles. Dejadme que me explique. O mejor, ya me explicaré más tarde.
Solo una
Intuyo que los fotógrafos trabajan influidos, entre otros cosas, por los costes de sus proyectos. En los 70, cuando empecé fotografiar en color en 8×10 (pulgadas), me gastaba 15 dólares cada vez que hacía una fotografía (película, procesado y una prueba de contacto). Las consideraciones económicas me llevaron a realizar una sola fotografía de cada sujeto. A pesar de esto, sabía que no podía economizar haciendo solo una fotografía que pudiera considerarse buena. Eso me habría conducido a realizar un trabajo aburrido con imágenes que sabía que funcionarían. Pero yo sí decidía qué quería fotografiar y cómo quería estructurar la imagen. Esto fue una poderosa experiencia educativa. Empecé a aprender lo que quería realmente.
El mundo digital está en las antípodas del trabajo con película de 8×10. Veo este mundo como si fuera un fenómeno de dos caras. El hecho de que las “fotografías” sean gratis permite que se trabaje con una mayor espontaneidad. Cuando veo, todavía hoy, a gente fotografiando en analógico veo dudas e indecisiones en su proceso de trabajo. No veo esto en el mundo digital. Parece que existe una mayor libertad y una menor moderación. Veo en esto una analogía en cómo afecta el uso de un procesador de textos a la escritura: puedes poner todo lo que se te pase por la cabeza por escrito, incluso pensamientos tangenciales, con un mínimo de autocensura, sabiendo que, escribas lo que escribas, siempre lo podrás editar más tarde. La otra cara de esta falta de moderación es que no se discrimina. Y en esto existe una tautología: como uno considera menor el valor de cada una de sus imágenes, uno produce menos imágenes verdaderamente considerables.
Stephen Shore