Mirar al final para empezar

Charles Dickens, en una carta que tengo ahora delante, aludiendo a un examen que hice una vez del mecanismo de «Barnaby Rudge», dice: «Por cierto ¿se da usted cuenta de que Godwin escribió su «Caleb Williams» hacia atrás?» … Nada está tan claro como que todo argumento digno de ese nombre debe elaborarse hasta su desenlace antes de intentar nada con la pluma. Solo con el desenlace constantemente a la vista es como podemos dar a un argumento su indispensable aire de coherencia o causación, haciendo que sus incidentes y especialmente el tono en todos los puntos, se orienten al desarrollo de la intención.

Edgar Allan Poe, La filosofía de la composición, 1845

Agarrando el mundo con los dientes

El arte de la prosa se ejerce sobre el discurso y su materia es naturalmente significativa; es decir, las palabras no son, desde luego, objetos, sino designaciones de objetos. No se trata, desde luego, de saber si agradan o desagradan en sí mismas, sino si indican correctamente cierta cosa del mundo o cierta noción. Así, nos sucede a menudo que estamos en posesión de cierta idea que nos ha sido enseñada con palabras, sin que podamos recordar ni uno solo de los vocablos con que la idea nos ha sido transmitida. La prosa es, ante todo, una actitud del espíritu: hay prosa cuando, para hablar como Valèry, la palabra pasa a través de nuestra mirada como el sol a través del cristal. Cuando se está en peligro o en una situación difícil, se agarra cualquier cosa que se tenga a mano. Pasado ya el peligro no nos acordamos si se trata de un martillo o un leño.

Jean-Paul Sartre, ¿Qué es la literatura?

Mantener el nombre inalterado

Imagen frecuente la del navío Argo (luminoso y blanco) cuyas piezas reemplazaban los Argonautas poco a poco, de modo que acabaron por tener un navío enteramente nuevo, sin tener que cambiarle ni el nombre ni la forma. Este navío Argo es muy útil: ofrece la alegoría de un objeto eminentemente estructural, creado no por el genio, la inspiración, la determinación, la evolución,… , sino por dos actos modestos (que no pueden captarse en ninguna otra mística de la creación): la substitución (una pieza echa a otra, como en un paradigma) y la nominación (el nombre no está vinculado en absoluto a la estabilidad de las piezas): a fuerza de combinar en el interior de un mismo nombre, ya no queda nada del origen: Argo es un objeto sin otra causa que su nombre, sin otra identidad que su forma.

Roland Barthes por Roland Barthes

Dí «cierra la puerta». Si te atreves…

Es tan fácil charlar sobre lo Bello… Pero para decir en estilo propio «cierra la puerta» o «tenía ganas de dormir» hace falta más genio que para hacer todos los cursos de literatura del mundo. La crítica está en el último escalón de la literatura, como forma casi siempre, y como valor moral, indiscutiblemente.

Flaubert, Cartas a Louise Colet, 28-29 de junio de 1853

La imagen muestra un retrato de Gustave Flaubert y su hermano Achille con 13 y 14 años, realizado por Delaunay hacia 1835. Supongo que como Flaubert todavía no era conocido, el autor del retrato utilizó un papel de boceto en el que aparecen algunos personajes más. La fama le asegura a uno un espacio pictórico propio. Con las fotografías es un poco distinto. No hace falta ser famoso. El único requisito es reflejar luz. Hay autores que han calificado ese efecto como de «democrático».

Esperar con la cabeza quitada: Los otros (4)

Solo hay un sexo en la Luna, tanto entre los animales de cocina como entre los demás, y todos nacen de los árboles, que varían por su tamaño y follaje; así, el árbol que da el animal de cocina o especie humana, es más hermosos que los demás: tiene ramas rectas y fuertes y hojas de color carne, y su fruto es como una nuez o vaina, de cáscara dura y unas dos varas de largo:. cuando están maduras las recogen con muchísimo cuidado y las almacenan hasta que llega el momento oportuno; cuando deciden animar la simiente de estas nueces, las echan en una caldera de agua hirviendo, con lo cual las cáscaras se abren al cabo de unas horas y sale de cada una de ellas una criatura.

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Llámalo amor (2)

Miércoles.– Vamos conociéndonos y estimándonos. Ya no evita mi presencia, lo que es una buenísima señal, y cuando estoy a su lado da muestras de honda satisfacción. Huelga decir cuánto me agradan semejantes manifestaciones.. Yo procuro corresponder, estudiando los medios de serle útil en los pequeños menesteres de la vida, y ayudándole a ir denominando todo lo que le rodea. Ahora me he pasado dos días enseñándole el nombre de unas cuantas cosas. El pobrecillo me agradece esta obra de instrucción, porque no le ha dotado el Ser Supremo de grandes aptitudes a este propósito. Vanidoso como es, me valgo de ciertas mañas para educarle sin que se resienta su amor propio. Siempre que aparece algo a su vista algo nuevo que desconoce, le planto un nombre sin dar tiempo a mi discípulo para pensar en su ignorancia. De este modo le he salvado de muchos compromisos. ¡Loado sea Dios que me dio la maravillosa facultad de saber distinguir en materia de animales! Me basta mirar un segundo la bestia desconocida para saber qué bicho es y qué nombre debo aplicarle. No fallo jamás. La primera vez que se nos puso a tiro un avestruz, creyó que era un gato montés. Lo adiviné en sus ojos. Pero me apresuré a sacarle del compromiso diciendo con afectada sorpresa: «Si eso no es un avestruz, se le parece mucho…» Mi compañero se quedó abobado mirándome, o mejor dicho, admirándome. Al sentirme objeto de aquella admiración, corrió por todo mi cuerpo un cosquilleo de vanidad satisfecha… ¡Con qué poco se contenta una cuando está segura de haberlo merecido!

Mark Twain, Diario de Eva, recogido en Cuentos humorísticos