Fernando Maquieira, Nocturna, auto-editado, España, 2017
El recuerdo de la niñez más antiguo y más arraigado que tengo es el del terror y la fascinación sentidos al apagarse la luz. El mundo se desvanece y es sustituido por vagas vibraciones incorpóreas, ecos de pisadas por el pasillo o por el techo, el ruido del tráfico nocturno, las luces de los faros de los vehículos fragmentadas por las rendijas de las persianas y correteando por el techo.
El arte hoy en día se ve en las salas de los museos en condiciones de temperatura, humedad e iluminación constantes pensadas para favorecer su conservación. Raro es el museo en que hay diferencia entre ver las obras por la mañana o al atardecer, en invierno o en verano. Las obras de arte recuerdan a esos pasajeros encerrados en cápsulas de hibernación en una nave espacial durante un viaje interestelar sin saber muy bien de dónde vienen o a dónde van.
Aunque hoy en día muchos artistas crean sus obras pensando en los museos, históricamente no era así: se pensaban para un lugar particular, y eso cambiaba la perspectiva, la composición, el color y hasta la forma de pintar.
Este libro de Fernando Maquieira despierta en mí las emociones de la niñez. Muestra como un mundo que conocemos de sobra desaparece y se transforma en ecos y vibraciones. Las obras de arte se liberan de los focos y se integran en su entorno de otra forma, las figuras escapan de sus marcos y deambulan por los pasillos, suben las escaleras, se esconden tras las balaustradas. Como en los sueños, cobran vida y son más reales que sus versiones congeladas para el futuro.
Fernando Maquieira
Nocturna
auto-editado en España;
primera edición, 2017; 120 páginas; 306 × 246 mm;
impreso offset, en cuatricromía con trama estocástica; encuadernado en cartoné forrado en papel, cubierta con fotografía pegada en hueco sobre golpe en seco; textos de Antonio Muñoz Molina y Geoff Dyer; diseñado y maquetado por Sonia Sánchez, Joana Bravo y Fernando Maquieira; impreso en Brizzolis; encuadernado en Ramos;